Laos. La vida en slow motion

 Mi llegada a Laos no fue la más agradable. Si conservo un gran recuerdo de este país es porque los días que allí pasé pudieron borrar por completo ese amargo recibimiento. Aunque solo visité dos lugares, por lo que mi visión sobre este lugar puede que esté un poco sesgada, pienso que es un destino que merece muchísimo la pena, y donde sería muy interesante hacer un recorrido mayor.

Mi motivación para ir a Laos fue visitar las 4.000 islas. En el hostal en el que me alojé en Seúl una chica me recomendó muy positivamente este lugar. Como tenía que salir de Vietnam antes de que se me acabara mi escueto visado, me dirigí al país de al lao, Laos (chiste ultramalo dedicado exclusivamente a Sergio).

Pakse, la tranquilidad y el frescor que necesitaba

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Figura 1: Catarata colmada de agua

Para llegar a las 4.000 islas había leído que lo mejor era ir desde Pakse, allí pasé tres días: el primero lo dediqué a descansar de mi viaje; el segundo a visitar la meseta de Bolaven; y el tercero emprendí camino hacia Si Pha Dong (las 4.000 islas).

Después de un bullicioso Vietnam, Laos es una maravilla: todo es paz, muy pocos coches y motos… es algo que se agradece mucho, y la gente es muy tranquilita, sino que se lo digan al tuktukero que me tangó en la estación de autobuses.

Aunque mi primer contacto con los tuk tuks no fue el mejor, para visitar la meseta cafetera de Bolaven contraté uno, no sin antes llevar a cabo una ardua labor de regateo. Fue un acierto elegir este medio de transporte ya que me dió la oportunidad de compartir esta visita. Y en este caso salí ganando con creces, coincidí con un par de tailandesas naturales de la frontera con Laos, por lo que controlan el laosiano estupendamente a la vez que hablaban inglés. Que alegría este poder de comunicación.

La gracia de visitar esta meseta es ver una serie de cascadas (Figura 1), nosotras vimos 5. Cuando se viaja a finales de la estación húmeda uno tiene el inconveniente de que llueve bastante, pero a favor ves unas cascadas que están espectaculares, ¡qué de agua!. Además, en esta región que está a bastante altitud (y su consecuente fresquito) cultivan té y café. Así que pudimos disfrutar de un café muy rico de producción propia. La verdad que es una visita muy entretenida e hice amistad, así que qué más puedo pedir.

El paraiso ralentizado marrón esmeralda

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Figura 2: Rápidos de agua esmeralda

Al día siguiente me dirigí hacia las 4.000 islas. Realmente tenía muchas ganas, me habían hablado muy bien de ellas y además en mi guía las describían como un paraíso de aguas esmeralda.

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Figura 3: Vida horizontal en mi hamaca

Esto del color me sorprendía bastante, ya que el Makong (río que baña las islas) ya en Pakse (aguas arriba de este lugar) iba de un color muy marrón. No entendía bien cómo de repente iba a cambiar a verde… pero bueno. Cuando llegué allí descubrí el gran misterio del color: es mentira, sigue siendo igual de marrón o incluso puede que más. Yo por darle una segunda oportunidad a la guía, pregunté si en la estación seca el agua tenía otro color y me dijeron que no, que siempre era de ese color, más o menos agua, pero siempre marrón (Figuraa 2).

En Si Pha Dong (nombre autóctono de este lugar) hay muchas islas, como bien revela su nombre, pero tres son las principales. Una muy grande que por lo visto no tiene mucha gracia y otras dos que son el destino turístico por excelencia. Según había leído, una es más tranquila que la otra, así que yo me dirigí a la más tranquila, aunque más cara, Don Kinh. El barco me dejó directamente en un hostal donde me ofrecieron un bungalow con cama grande y baño privado a la orilla del río con una hamaca en la puerta por unos 4€. Me pareció más que razonable y pasé de buscar otro lugar (Figura 3). Me entraron muchas dudas sobre los precios de la isla barata.

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Figura 4: Puesta de sol

Laos ya es de por sí tranquilo, pero lo de las 4.000 islas es de fuera de serie. Este es un lugar en el que realmente no hay nada que hacer y por eso es tan maravilloso. El no hacer nada es lo que hay que hacer aquí. Ir de la cama a la hamaca, de la hamaca a un colchón que hay en una tarima para comer, y vuelta a empezar… no te sientes mal por estar apollardado (o meditando, como lo quieren llamar algunos) todo el día. Aquí hay que ver la puesta de sol (Figura 4) dar un paseíto, andando o en bici, y dedicarse a la vida horizontal (Figura 3). Antes de llegar aquí me aconsejaron que fuera a comer mucho antes de tener hambre, consejo que corroboro que es imprescindible. Cuando pides algo se lo toman con calma y además hay que añadir que suele faltarles siempre algún ingrediente. Así que van a por él y se ponen a cocinar. Esto garantiza una frescura y tardanza máximas.

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Figura 5: Nang, mi profe de comida laosiana

Aun teniendo esta poca oferta, aquí pude disfrutar de varias actividades, como ir a ver unas cataratas que, por lo visto, tienen forma de catarata en la estación seca y en esta estación parecen unos rápidos (Figura 2). Hice un curso de cocina laosiana, que me encantó, (se me han ocurrido varias fusiones HispanoLao) (Figura 5). Recorrí las dos islas (la cara y la barata) en bicicleta, están unidas por un puente. Conocí a mucha gente interesante con la que pude charlar largo y tendido. Asistí a la fiesta del profesor en la escuela pública. En esta fiesta me encontré a todo el profesorado con su uniforme y borracho, bailando una especie de baile tradicional en que casi no se mueven (para qué). Para contribuir a que la escuela prospere, puedes comprar una caja de cerveza y regalarla, cosa que hicimos. La cerveza te la venden un poco más cara para recaudar fondos.

Total, que con lo que me gusta a mi la meditación en la hamaca me quedé enganchada en este lugar en el que en varias ocasiones dije «bueno, mejor ya me voy mañana».

One Comment:

  1. Fiesta del profesor…los laosianos sí que saben…voy a proponerlo en el próximo claustro, baile inlcuido!

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